Es una de las cosas más fundamentales
de entender. La gente piensa ordinariamente que el perdón es para aquellos que son dignos de él, que se lo merecen. Pero si
alguien se lo merece, si es digno de perdón, no es muy significativo. Tú no estás haciendo nada de tu parte; él se lo merece.
No estás siendo realmente amoroso y compasivo. El perdón será auténtico solamente cuando incluso los que no lo merecen lo
reciben.
No es cuestión de si una persona lo merece o no. La cuestión es si tu corazón está listo o no.
Recuerdo
a una de las mujeres místicas más significativas, Rabiya al-Adabiya, una mujer sufi que fue conocida por su comportamiento
muy excéntrico. Pero en todo su comportamiento excéntrico había una gran revelación. En una ocasión, otro místico sufi Hasan
se estaba quedando con Rabiya. Como iba a quedarse con Rabiya, no había traído su propio sagrado Corán, que acostumbraba leer
cada mañana como parte de su disciplina. Pensó que podía pedir prestado el sagrado Corán de Rabiya, así que no había traído
su propia copia con él.
Por la mañana se lo pidió a Rabiya, y ella le dio su copia. Él no podía creer lo que veía.
Cuando abrió el Corán vio algo que ningún musulmán podría creer: en muchos lugares Rabiya lo había corregido. Es el pecado
más grande por lo que respecta a los musulmanes; según ellos el Corán es la palabra de Dios. ¿Cómo puedes cambiarlo? ¿Cómo
puedes incluso pensar que puedes hacer algo mejor? No sólo lo había cambiado, había cortado simplemente algunas palabras,
algunas líneas;las había quitado.
Hasan le dijo, “Rabiya, alguien ha destruido tu Corán!” Rabiya dijo,
“No seas estúpido, nadie puede tocar mi Corán. Lo que tú estás mirando es mi creación.” Hasan dijo: “¿Pero
cómo pudiste hacer semejante cosa?”. Ella dijo: “Tuve que hacerlo, no había opción. Por ejemplo, mira aquí: el
Corán dice, “Cuando veas al diablo, ódialo". Desde que he despertado no puedo encontrar ningún odio dentro de mí. Incluso
si el diablo está parado delante de mí sólo puedo bañarlo con mi amor, porque nada más me queda. No importa si Dios está parado
delante de mí, o el diablo; ambos recibirán el mismo amor. Todo lo que tengo es amor; el odio ha desaparecido. En el momento
en que el odio desapareció de mí tuve que hacer cambios en mi libro del sagrado Corán. Si tú no lo has cambiado, quiere decir
simplemente que no has llegado al espacio donde sólo queda el amor.“
Te diré, la gente que no lo merece, la gente
que es indigna, le da lo mismo al hombre que ha llegado al espacio del perdón. Él perdonará, sin tener en cuenta quién lo
recibe. No puede ser tan miserable que solamente el que lo merece pueda recibirlo. Y ¿cómo él va a encontrar que no se puede
perdonar? Ésta es una perspectiva totalmente diferente. No se refiere al otro. ¿Quién eres tú para hacer el juicio de si el
otro es digno o indigno? El mismo juicio es feo y malvado.
Sé que Rudolph Hess es ciertamente uno de los más grandes
criminales. Y su crimen se vuelve mucho mayor, porque en el proceso de Nuremberg con los compañeros restantes de Adolfo Hitler
— que mataron a casi ocho millones de personas en la segunda guerra mundial — él dijo delante de la corte, “No
me arrepiento de nada!”. No sólo eso, también dijo: “Y si pudiera empezar desde el principio, haría lo mismo otra
vez". Es muy natural pensar que este hombre no es digno de perdón; ésa será la comprensión común. Todos estarán de acuerdo
contigo.
Pero yo no puedo estar de acuerdo contigo. No importa lo que Rudolf Hess haya hecho, lo que está diciendo.
Lo que importa es que tú seas capaz de perdonarlo incluso a él. Eso elevará tu conciencia a las alturas supremas. Si tú no
puedes perdonar a Rudolf Hess seguirás siendo sólo un ser humano ordinario, con toda clase de juicios sobre ser digno, o indigno.
Pero tú no puedes perdonarlo básicamente porque tu perdón no es lo suficientemente grande.
Yo puedo perdonar al mundo
entero por la sencilla razón de que mi perdón es absoluto; no tiene juicios. Te contaré una pequeña historia tibetana que
te aclarará el punto por completo.
Un gran viejo maestro, venerado por millones de personas, se negó a iniciar a nadie
en el discipulado. Durante toda su vida, constantemente, los reyes se lo pidieron, la gente muy rica se lo pidió, los grandes
ascetas, santos le pidieron ser iniciados como sus discípulos, y él continuó negándose. Él siempre diría, “A menos que
encuentre al hombre que lo merezca, a menos que encuentre a un hombre que sea digno de ello… no voy a iniciar a ningún
Tom, Dick, Harry.”
Él tenía un muchacho que solía cocinar para él, lavar sus ropas, traer verduras del mercado.
El mismo muchacho se había hecho viejo poco a poco y toda su vida había estado escuchando al anciano, que había vivido casi
cien años, y sin excepción la negación: ¡nadie es digno! “Moriré,” decía, “sin iniciar a nadie, pero no
iniciaré a alguien que no lo merezca".
La gente se sintió cansada, frustrada. Amaban al hombre, el hombre tenía inmensas
cualidades, pero no podían entender su actitud obstinada, sin amabilidad ni compasión.
Pero una mañana el anciano despertó
a su compañero, quien también se había hecho viejo, y le dijo, “Corre de inmediato colina abajo,al mercado y dile a
todos que cualquiera que desee ser iniciado debe venir pronto, porque esta tarde cuando el sol se ponga voy a morir".
Su
compañero dijo, “¿pero qué hay sobre el merecimiento? No sé quién lo merece y quién no. ¿A quién debo traer?”.
El anciano dijo, “No te preocupes por nada. Era solamente un argumento, porque yo mismo no era digno de iniciar
a nadie, pero el decirlo iba contra mi dignidad. Así que elegí lo contrario. Decía:‘A menos que encuentre a alguien
lo suficientemente digno, que lo merezca lo suficiente, no voy a iniciar'. La verdad es que yo no era digno de ser un maestro.
Ahora lo soy, pero el tiempo es muy corto. Solamente esta mañana cuando salía el sol, mi propia conciencia también se ha elevado
a la cima suprema. Ahora estoy listo. Ahora no importa quién es digno y quién es indigno. Lo que ahora importa es que yo soy
digno. ¡Simplemente ve y trae a cualquiera! Simplemente ve y haz que toda la aldea se entere de que éste es el último día
de mi vida, y cualquiera que desee ser iniciado debe venir inmediatamente. Trae a tanta gente como puedas".
El compañero
del anciano no sabía qué hacer, pero no había tiempo para discutir. Corrió colina abajo, llegó al mercado y gritó por toda
la aldea: “Si cualquiera desea convertirse en discípulo, el anciano está dispuesto ahora".
La gente no podía
creerlo. Pero sólo por curiosidad algunos pensaron: “No hace daño tan sólo ver qué está sucediendo.” El hombre
se había negado toda su vida, y el último día de su vida repentinamente se da un cambio tan grande. La esposa de alguien había
muerto y él se sentía muy solitario, así que pensó: “Está bien. Si él va a iniciar a todos, no se trata de ser digno…”.
Otro había sido liberado de la cárcel precisamente la noche anterior; y pensó, “Nadie va a darme empleo; ésta es una
buena ocasión para volverme un santo".
Toda clase de gente extraña fue a la cueva del anciano, y su compañero se sentía
muy desconcertado con la clase de gente que había traído: uno era un criminal, la esposa de otro había muerto... por eso él
piensa: “Es mejor… ahora, ¿qué más se puede hacer?”. Otro había quedado en la ruina y estaba pensando en
suicidarse; ahora piensa que esto es mejor que el suicidio.
Algunos habían llegado sólo por curiosidad. No tenían otro
trabajo; estaban tocando jazz y pensaron: “Podemos tocar jazz mañana, pero hoy no hace daño, veamos de qué se trata
esta iniciación. De todas formas, ese hombre va a morir por la tarde así que seremos libres de seguir siendo discípulos o
no. Podemos tocar jazz mañana; no hace daño".
El compañero del anciano se sentía muy desconcertado. “¿Cómo presentaré
a todos estos extraños cuando ese anciano ha rechazado a reyes, santos, sabios, que han venido con profunda seriedad para
ser iniciados? ¡Y ahora él va a iniciar a esta cuadrilla!”. Se estaba sintiendo avergonzado, pero entró y preguntó,
“¿Debo llamar a la gente?; once han venido.”
El anciano dijo, “Llámalos rápidamente, porque ya es
tarde. ¿Te tomaste tanto tiempo y únicamente pudiste traer a tan sólo once personas?”.
Su compañero dijo, “¿Qué
puedo hacer? Es un día laborable; no es un día de fiesta. Sólo pude conseguir a éstos. Todos son absolutamente despreciables;
incluso yo no podría iniciarlos. No es sólo que no son dignos; son absolutamente indignos. Pero tú insististe en traer a alguien;
nadie más estaba disponible".
El anciano dijo, “No hay problema. Sólo tráelos.” Y los inició a todos.
Incluso ellos quedaron conmocionados. Y le dijeron al anciano: “Este comportamiento es extraño. Toda la vida has insistido
que uno tiene que merecer ser un discípulo. ¿Qué sucedió con tu principio?”.
El anciano rió. Él dijo: “Ese
no era un principio, fue solamente para ocultar mi propia falta de mérito. No estaba todavía en la posición de ser un maestro.
Y no puedo timar a nadie, no puedo engañar a nadie; por lo tanto me he refugiado detrás de una actitud crítica, de que a menos
que seas digno, no conseguirás la iniciación".
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